Leonardo Mondadori, presidente de la laica Mondadori, la casa editorial más grande de Italia, se ha convertido. Ha abrazado la mayor de las ortodoxias católicas, es decir, va a misa todos los domingos, tiene un director espiritual, frecuenta habitualmente los sacramentos y en particular la confesión, y por último, ha decidido –él, divorciado dos veces, hombre con fama de donjuán–, vivir soltero en castidad. Por si esto fuera poco, lejos de guardarse para sí este cambio de vida, ha decidido salir a la plaza pública contándoselo todo a Vittorio Messori.
—¿Por qué ha decidido hacer pública su experiencia?
—Lo que me da miedo no es el riesgo de que me consideren pasado de moda. Lo que temo es que no me comprendan. Habrá alguno que dirá: míralo, tiene un tumor, se va a morir, y entonces se arroja en brazos de la religión.
—Vittorio Messori, otro converso, dice en el libro que su vida cambió tras una experiencia parecida a una experiencia mística. ¿También a usted le ha sucedido algo semejante?
—No, ninguna experiencia mística. Para mí ha sido un trabajo progresivo. Una sensibilidad que ha ido creciendo. Entendámonos, con muchas caídas, pero siempre con la voluntad de levantarme de nuevo.
—Sí, pero habrá un día, una cara, un lugar, en definitiva, un hecho con el que comenzara todo, ¿o no?
—Sí, recuerdo una comida con Pippo Corigliano, el responsable de las relaciones públicas del Opus Dei. Era en 1992, y en aquel tiempo, la religión no me interesa lo más mínimo, y menos aún la Iglesia. Pero sentía que mi vida estaba, ¿cómo decirlo?, llena de errores. Cargaba ya sobre mis espaldas dos divorcios, tres hijos de dos mujeres distintas. Corigliano me impresionó mucho. Decidí tener otros encuentros con él. Incluso empecé a pedirle consejo. Él fue muy discreto. Me dijo: si estás abierto a estas cosas, te presentaré a un sacerdote.
—¿Y acudió a él?
—Fui, naturalmente. Un cura excepcional. Me respetó muchísimo. Me empecé a fiar de él, a seguir sus sugerencias. Y poco a poco, siguiendo lo que me decía, me di cuenta de que encontraba las respuestas que buscaba. Me invadió un gran entusiasmo, quería cambiar toda mi vida de golpe. Y él, el sacerdote, con gran realismo, me frenaba: no tengas prisa, me decía, Dios no te pide imposibles, ve con calma.
—¿Qué le ha convencido de que el cristianismo es verdad?
—Lo he respondido en parte: la constatación de que el Evangelio es realmente el manual de instrucciones para el uso del hombre. Que Jesucristo es realmente la respuesta a todos nuestros interrogantes. Que sólo quien sigue a Cristo se realiza plenamente. Ésta ha sido la primera "prueba" con la que me he encontrado. Además se añadió otra: la oración. He experimentado que cuando se pide algo a Dios con sinceridad y con recta intención, siempre nos escucha.
—Cuenta en el libro, con emoción, el regreso a la confesión.
—Sería más preciso decir el "descubrimiento" de la confesión. Sí, fue un gozo inmenso. Me acordé de cosas que había olvidado. Y luego me sentí en paz con Dios. Feliz.
—Hoy muchos regresan a la religión pero eligiendo una especie de relación privada con Dios. Usted, en cambio, ha elegido la mediación de la Iglesia. ¿Por qué?
—La Iglesia ha quedado como el último baluarte contra las locuras de nuestro tiempo. También aquí la vida me ha demostrado que quien sigue esa ortodoxia católica que funciona desde hace dos mil años, nunca queda defraudado.