Mercedes Aroz

Nacida en Zaragoza hace 63 años, divorciada, madre de dos hijos, licenciada en Económicas, cofundadora del PSC, diputada socialista en el Congreso en cuatro legislaturas, y senadora más votada de España  por Barcelona. Abandonó la política por su conversión al cristianismo en el 2008.

Breve relato de su conversión en primera persona.

La fe es un don gratuito de Dios. Sólo así puedo comprender lo que me aconteció inesperadamente hace pocos años, y que ha supuesto pasar de la increencia y de una ideología marxista materialista, sobre la que construí mi vida y la de mi familia, a la fe cristiana. Pero este don llegó primero a mi hijo menor que me precedió varios años en el camino de la fe, lo que lleva a plantear la relación de ambos hechos.

Tengo dos hijos. Toda la vida, en casa, los eduqué en los valores de la izquierda y del marxismo. Mi hijo menor, siendo estudiante, en una comuna, estaba en una situación delicada. Él conoció a los Hermanitos del Cordero y se convirtió al cristianismo. Mi hijo ha sido... es difícil recordar esto ahora... ha sido un proceso de... ¡la Gracia de Dios!

Sin embargo, la fe es un acontecimiento personal que viene de fuera de uno mismo, y a la vez es profundamente interiorizado. Ésta es mi propia experiencia. La fe se inicia cuando Dios irrumpe en la vida y toca lo más íntimo del corazón. Y es a partir de ese momento cuando se implica la razón y toda la persona en la búsqueda y conocimiento de Dios, conllevando un cambio radical de vida. A través de la razón y la reflexión se puede llegar a creer en la existencia de Dios, pero la fe como experiencia y relación con Él es una verdadera gracia.

La conversión de mi hijo aconteció dentro de su proceso de búsqueda, no exento de riesgos, cuando ya vivía de forma independiente. Dios puso en su camino los medios, las personas y las intuiciones decisivas para llegar a la fe cristiana que dio sentido a su vida. Y el buen puerto que es la Iglesia católica le dio estabilidad y el lugar para vivir la fe. Como madre, acogí con respeto sus creencias y con alivio su nueva vida, pues supuso una transformación admirable. Pasó a ser un gran testimonio de vida cristiana, lo que supuso para mí una mejor aceptación del fenómeno religioso; sin embargo, nunca imaginé ni me planteé seguir sus pasos.

Pero la misericordia del Señor es grande, y su poder conmueve el corazón más endurecido y da luz a la mente más ofuscada. Como creyente, he podido comprobar la fuerza de la oración cuando no hay motivaciones egoístas, viendo la respuesta amorosa de Dios ante nuestras súplicas más fervientes. Mi hijo rezó así por su madre, y la fe entró en mi vida.

En verano del año 2000 fueron las Jornadas de la Juventud en Roma. Mi hijo estuvo allí; los Hermanitos del Cordero le ayudaron en su proceso, pero realmente él se convirtió de la mano de Juan Pablo II. Ese verano leí un artículo de una periodista de izquierda, que ponía el foco en los encuentros de Roma, la afluencia de jóvenes. ¿Qué le pasaba a la izquierda, nuestros ideales dónde estaban, por qué no teníamos capacidad de convocatoria? Ese artículo me hizo reflexionar sobre mis ideales.

A finales de ese año recibí la llamada de Dios. ¡Bueno, Mercedes, ya está bien! ¡Yo no recordaba ni el Padrenuestro! Empezó ahí mi proceso. Me formé, básicamente, leyendo libros de Ratzinger.

En noviembre de 2007, Mercedes Aroz hacía pública su conversión al cristianismo (que había empezado, en secreto, en el 2000) y en una nota daba las razones.

"He querido hacer pública mi conversión para subrayar la convicción de la Iglesia Católica de que el cristianismo tiene mucho que decir a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, porque hay algo más que la razón y la ciencia. A través de la fe cristiana se alcanza a comprender plenamente la propia identidad como ser humano y el sentido de la vida".

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Está claro que en su caso el acontecimiento cristiano ha tocado tan de lleno su vida que la va a cambiar de arriba a abajo.

Es evidente. No se puede entender de otra manera. Como ha explicado muy bien el Papa Benedicto XVI, el cristianismo lo definen tres palabras: fe, doctrina y vida. La fe y la doctrina llevan a una vida consecuente, y ese es mi caso.

«Tener que enfrentarme a leyes que vulneraban principios muy profundos, me obligó a tomar conciencia y a afianzar mi propio compromiso»

¿Cómo se ha producido su acercamiento al cristianismo?

Los cambios espirituales no pueden ser expresados tan claramente como los cambios materiales. Solamente hay una persona en la historia que tuvo una conversión súbita, san Pablo de Tarso. Los demás mortales hacemos procesos y llevamos a cabo unas transformaciones paulatinamente.

Pero sí puedo decir que hay un punto de arranque, una reflexión inicial, que viene de la mano de Juan Pablo II, de aquel magno acontecimiento en Roma de la Jornada Mundial de la Juventud del año 2000, con aquella afluencia de dos millones de personas. En España no hubo una gran reflexión sobre esto, más allá de la información y de la evaluación que pudo haber. Pero en la izquierda italiana hubo un debate muy vivo y una reflexión profunda sobre el significado de todo aquello, que contrastaba enormemente con la falta de convocatoria, con el silencio, con el no tener nada que decir desde la izquierda a la juventud.

Y esa reflexión que ellos hicieron y a la que pude acceder fue también para mí una reflexión personal. Empecé ahí y mire dónde estoy.

¿En qué medida ha comprendido usted que esto es relevante para su vida? ¿Por qué el cristianismo es importante?

Yo creo que para los que hemos vivido con una ideología que prescinde de Dios, que tiene una concepción materialista del ser humano, en la que la vida tiene un final y no tiene una trascendencia ni un futuro eterno, encontrarse con el cristianismo, pero no como doctrina o normas, es una revolución. Porque el cristianismo, a diferencia de otras religiones, es un encuentro real con Cristo vivo, y de ahí viene todo lo demás.

Esto es como una revolución interior, un cambio drástico de vida, un cambio de valores. Esa revolución también puede ser dolorosa, y lo es. Pero vale la pena hacer ese proceso.

¿Qué aporta el cristianismo frente a todo este mundo sin valores? En primer lugar, comprender la verdadera dimensión de uno mismo como ser humano, un sentido de la vida, un sentido de la muerte, el sentido del dolor, la importancia de vivir, una nueva relación con las personas y una vida muy plena y muy feliz.